El árbol incandescente
Anduvimos calcinados por gravas rumorosas,
hemos olido las mañanas de viento salobre y de espliego,
hemos tocado los rojos enfebrecidos de la tarde,
hemos resonado como cisternas huecas
que se llenan con agua de lluvias ancestrales.
Examinamos y hemos descubierto
escaleras, muy rectas, de caracol, subimos
cada escalón perdiéndonos por un tiempo que es otro,
hacia este renacer.
Hemos llegado arriba
de nuestro campanario: colgados de las cuerdas
tocamos a destiempo. Malogramos lechuzas
y otras aves.
Cruzamos muchas noches
espaciosas, abiertas, miramos los abismos,
y las profundidades transparentes.
Penetramos en cuevas de roca cristalina.
Un ágil fuego se nos ha enroscado
como una sierpe al cuerpo hasta que tú y yo
somos los dos un único árbol incandescente,
impropio de la tierra.